Recordando el
contenido de la carta que me dio Artrio, especialmente la parte del lugar donde
empezó todo, el primer lugar que se me vino a la mente fue Argard. Ahí fue
donde empezaron todas mis dudas al ver cómo masacraron a los habitantes de
aquella aldea. Pero no tenía ningún sentido que me pidiera ir a un lugar
desolado donde no encontraría más que escombros. Podía suponer que esperaba que
encontrase algún tipo de prueba, pero yo ya sabía todo lo que había pasado ahí.
Por algo fui yo quien tuvo que encabezar a esa banda de mercenarios. También me
llegué a plantear que se refiriera a Alquimia, pero ahí ya no era posible
encontrar ni siquiera rastros de la desolación que sufrió a causa de las
llamas. Tampoco podía referirse al lazo que llevaba colgado en mi brazo porque
ya lo tenía y no me servía como prueba para nada. Ese enigma parecía ser
imposible de resolver, hasta que decidí mirarlo desde otra perspectiva.
Artrio hizo énfasis
en que comprendiera la importancia de su lucha, y que no se limitaba solamente
a recuperar Arstacia de las garras del emperador. Su intención iba más allá de
eso; quería que entendiera el verdadero motivo del movimiento de resistencia.
Con "el lugar donde empezó todo" no se refería a donde empezaron mis
dudas; se refería, de hecho, a donde empezó todo, literalmente. El lugar donde
empezó la revolución, el lugar donde empezó la lucha, el lugar de donde
surgieron los ideales de rebelión. Ahora sí que lo tenía claro, aunque seguía
sin saber por dónde empezar a buscar. La única idea que se me venía a la cabeza
era visitar la biblioteca e informarme en todo lo referente a los rebeldes.
Tenía que buscar alguna pista que me condujera a aquel sitio, pero tenía que
hacerlo sin levantar sospechas. Y eso sería lo más difícil para mí. Aunque no
sería imposible. Quizá, pensé, el anciano bibliotecario tuviera alguna
información útil para mí.
Al contrario que en
la noche anterior, las calles se encontraban abarrotadas, llegando a
obstaculizar mi paso en algunos tramos y obligándome a callejear para llegar lo
antes posible a mi destino. Aunque no tardé mucho en vislumbrar la fachada del
edificio desde uno de los callejones por los que opté por pasar. Una vez dentro
pude ver el ambiente que generalmente había en la biblioteca. Jóvenes y
ancianos, curiosos y estudiosos ojeando los manuscritos que apilados en las
estanterías, eruditos novicios yendo de un lado a otros como recaderos para los
más veteranos, algunos incluso limpiando el polvo para ganarse el respeto de
los más mayores, todo ello en el más absoluto y sepulcral silencio. El único
ruido que se oía era el de las pisadas apresuradas de los novicios tratando de
terminar sus labores lo antes posible. Estaba claro que la biblioteca rebosaba
sabiduría en sus escritos, pero también rebosaba vida durante el día.
Al lado de la
entrada, junto al mostrador, se hallaba un hombre canoso, bastante anciano y de
piel arrugada al que le temblaba el pulso, tomando apuntes en un viejo
pergamino mientras revisaba, uno por uno, los libros que se apilaban en varias
torres frente a él. Supuse que estaría haciendo el inventario de las
devoluciones para poder colocarlos nuevamente en su sitio. Sintiéndome culpable
por tener que interrumpir su trabajo, me acerqué al mostrador para preguntarle
dónde podía encontrar al maestre.
-Ahora se encuentra
reunido con uno de sus eruditos, que ha vuelto esta mañana de un viaje largo.
No creo que tarde mucho en terminar su reunión-su respuesta me alarmó, y llegué
a pensar, por un momento, que se trataría de Trent. Aunque tras las
desilusiones que me llevé el día anterior tampoco quise tener ninguna
expectativa de encontrarlo ahí. A pesar de ello, me atreví a preguntar.
-Ese erudito... ¿lo
conoce usted?
-Claro que lo
conozco. Todos aquí conocen al joven Trent. Tiene una mente prodigiosa, y es un
chico bastante aplicado. No nos extrañaría a ninguno de nosotros que acabase
convirtiéndose en el consejero del emperador como siga mostrándose tan
brillante como hasta ahora.
-Esperaré entonces
a que terminen su reunión y hablaré mejor con Trent-dije sonriendo ampliamente
al tener la certeza de que, esta vez sí, podría verle.
Me sentí
profundamente aliviado al saber que Trent había vuelto a la ciudad y que podría
hablar con él de la carta. Sabía que me había pedido que no se lo dijera a
nadie, pero él mismo admitió que estuvieron hablando de mis dudas y,
seguramente, conocería ya el contenido de la carta. O, incluso, puede que le
hubiese dado alguna pista para que pudiera ayudarme a encontrar las respuestas
que buscaba. Aunque me ofendería que me viera incapaz de encontrarlas por mí
mismo.
Tras un breve
tiempo de espera, efectivamente, Trent y el anciano se dejaron ver por las
escaleras, descendiendo hasta la primera planta. Ambos se percataron de mi
presencia y pude ver cómo el anciano le decía algo a Trent y se daba la vuelta
para, inmediatamente, subir de nuevo por las escaleras. Mi amigo, que se limitó
a asentir con la cabeza ante lo que fuese que le dijera el anciano, apenas
tardó en dirigirse hacia mí para recibirme.
-¿Qué te trae por
la biblioteca?-preguntó sin ningún tipo de emociones-. Pensé que estarías
entrenando con tus compañeros.
-¿Eso es lo único
que se te ocurre decirle a un amigo al que no has visto desde que te fuiste de
la ciudad?-pregunté molesto por su aparente falta de interés-. Tampoco esperaba
que montaras una fiesta, pero qué menos que pasarte a saludar por mi casa o
algo.
-Disculpa,
Celadias, pero he estado ocupado estos días. El viaje no ha...
-Sé que has ido a
ver a Artrio-interrumpí su excusa-. Me citó anoche en la biblioteca para darme
una carta.
-Entonces, ¿te ha
pedido ya que te unas a la resistencia?-pregunto nervioso, bajando la voz hasta
ser un susurro-. Ven conmigo, será mejor que hablemos arriba. Ahí podremos
conversar con más calma y sin temor a que nos escuchen oídos indiscretos-pidió
sin darme tiempo a responder. Decidí no decir nada al respecto. Tenía razón, no
podíamos confiarnos en hablar en un sitio tan expuesto, sin saber quién podía
estar escuchando nuestra conversación. Así que decidí seguirle hasta el piso
superior, en el mismo lugar donde, la noche anterior, estuve hablando con
Artrio antes de que me entregara su mensaje.
Desde los últimos
escalones pude ver la sala de la última planta. Estaba irreconocible con
respecto a la noche anterior. Ahora la luz del sol se filtraba por la cúpula,
creando una atmósfera cálida y agradable. Durante la noche, el tenue brillo de
la luna apenas iluminaba la estancia, al contrario que durante el día, donde
todo se podía ver a la perfección incluso aunque la luz no incidiera
directamente. Ahora podía ver más allá de las cuatro mesas colocadas en el
centro de la habitación. Si bien durante la noche podía ver las estanterías
bordeando la sala, ahora podía distinguir los manuscritos que se conservaban.
Trent se dirigió
hacia las mesas del centro de la sala, aunque se quedó de pie junto a una de
las sillas que la rodeaban, invitándome a sentarme.
-¿De qué hablasteis
Artrio y tú anoche?-preguntó cuando tomé asiento. Le conté todo lo que
recordaba que habíamos hablado, incluso le hablé de la carta. En todo momento
me escuchó con atención, pareciendo que mi relato no fuese el que él estaba
esperando-. Entonces todavía no te ha pedido que te unas a ellos.
-No, al menos
directamente. ¿Tú sabes algo?
-Artrio quiere que
combatas con ellos, pero no quiere obligarte a hacer algo que no
quieras-respondió sentándose sobre la mesa-. Es por eso por lo que quiere que
lo veas por ti mismo, pero yo tampoco sé qué quiere que veas exactamente.
-¿A qué crees que
puede referirse con el lugar donde empezó todo?-pregunté intentando que, entre
los dos, encontrásemos alguna solución.
-Bien puede ser el
primer asentamiento de la resistencia, pero lo veo demasiado peligroso como
para que Artrio te diga que vayas a visitarlos. Ambos sabemos que, si alguien
se entera de que has estado en un campamento de la resistencia, correrás un
grave peligro.
En aquel momento ya
había mencionado la resistencia varias veces, al contrario de lo que se
acostumbraba escuchar al hablar de ellos. Siempre, desde pequeños, nos lo
habían descrito como rebeldes.
-Trent, tú sabes
algo más sobre todo esto. No los has llamado rebeldes en ningún momento,
siempre pronuncias la resistencia y hablas de ellos como si no fuesen el
enemigo-apunté mirando a sus ojos fijamente.
-Empiezo a
sospechar que el verdadero enemigo es el imperio-reconoció sin inmutarse.
-¿Crees entonces
que debería unirme a ellos?
-Creo que
deberíamos hacer caso de lo que te ha dicho Artrio y ver la verdad por nosotros
mismos-contestó encogiéndose de hombros.
-Tendremos que resolver
entonces este misterio.
Estuvimos un buen
rato hablando de cuál podría ser ese lugar, hasta que, al mismo tiempo, ambos
caímos en Antran, la antigua capital del imperio. Confirmamos nuestras
sospechas cuando, al buscar información entre los viejos tomos y manuscritos
que versaban acerca de esa ciudad, comprobamos que, desde el abandono del
palacio de Antran, no había ningún dato actualizado. Hasta el censo estaba
desactualizado desde aquella época.
-Estoy seguro de
que a esto se refería Artrio-dijo Trent al cerrar el último tomo.
-¿A la ausencia de
archivos de Antran?
-Es como si, de
repente, desapareciera una ciudad entera después de que el emperador viniera a
Arstacia-observó mi amigo dejando el tomo en la estantería-. Tiene que haber
algo detrás de la construcción de su nuevo palacio. ¿Por qué iba a gastar tanto
dinero en levantar un nuevo palacio en otra ciudad para abandonar su ciudad
natal?
-Hay que admitir
que es realmente sospechoso, pero dudo que encontremos ninguna respuesta en
estos manuscritos-apunté cruzándome de brazos-. Si el emperador se ha tomado la
molestia de borrar todos los registros referentes a Antran, seguro que habrá
impedido que quede alguna constancia de lo que sucedió.
-Tendremos que ir a
Antran e investigarlo por nosotros mismos. Pero recuerda lo que te dijo Artrio.
Si te descubren husmeando donde no debes, podrían enviarte a Veltar.
-¿Qué es
Veltar?-pregunté sin saber de qué lugar me estaba hablando?
-Es una cárcel que
el imperio ha mantenido en secreto todos estos años-dijo con un gesto sombrío-.
Enviarte ahí es peor que enviarte a una muerte segura.
-Entonces tendremos
cuidado de que no nos envíen ahí.
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