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jueves, 18 de febrero de 2016

Capítulo 6 - Sentimientos mutuos

Era incapaz de creer lo que estaban viendo mis ojos. Había pasado tanto tiempo creyendo que jamás volvería a ver su rostro que verla ahí, delante de mí, me resultaba algo abrumador. Mis ojos se habían empapado en lágrimas, algunas de las cuales caían ya con fragilidad por mis mejillas. Mis piernas temblaban y sentía que solo conseguían sostenerme en pie a duras penas. Yo me acerqué con paso lento hacia ella, alzando la mano con lentitud para acariciar su mejilla mientras ella parecía sonreír también emocionada por el reencuentro.

-Pensé que habías muerto, Ris-conseguí decir al final con la voz quebrada.

-Era necesario que lo pensaras para sacar a la luz todas tus dudas-dijo desdibujando su sonrisa, convirtiéndola ahora en una mueca de compasión.

-¿Significa eso que me has estado utilizando todos estos meses?-pregunté sorprendido al descubrir que todo aquello formaba parte de un plan que aún desconocía.

-Lo siento-dijo separándose de mí con la cabeza gacha y cogiéndose el brazo izquierdo con su mano derecha-. No era mi intención, pero así estaba escrito que debía suceder. Yo no quería mentirte ni hacerte sufrir, Celadias. Debes creerme-concluyó mirándome a los ojos, con los ojos llorosos.

Me sentía engañado y ya no sabía qué creer de todo lo que había estado pasando. Todo lo que había vivido en aquellos meses se trataba de una estratagema para, según parecía, convencerme de unirme a los rebeldes. O eso me daba a entender el hecho de que necesitase mentirme para, según dijo, sacar a la luz todas mis dudas. Mis sentimientos se habían vuelto contradictorios en cuestión de segundos. Me alegraba saber que al final no había muerto, me sentía feliz de haber vuelto a reencontrarme con ella después de tanto tiempo, y no podía enfadarme con ella después de todo, pero no podía evitar sentirme utilizado, engañado y traicionado por la persona por quien lloré durante largos días enteros.

-Por favor, Celadias, perdóname-volvió a disculparse, implorando mi perdón-, pero no tenía otra elección. Quién sabe lo que hubiese pasado si tú no hubieses dudado del imperio. Seguramente jamás habrías accedido a descubrir la verdad, y mucho menos te hubieses planteado jamás unirte a la resistencia.

-¿Son ellos quienes te convencieron para que guardaras silencio?-pregunté empezando a sentir ira en mi interior-. ¿Acaso fueron ellos los que arrasaron la aldea?

-Eh, Celadias-intervino Trent, cogiéndome del brazo.

-¡Contéstame!-alcé la voz furioso mientras soltaba mi brazo de un tirón, sin apartar la mirada de Ris.

-¡Sabes que no, que jamás utilizarían una trampa tan sucia!-contestó Ris, cuyo cuerpo empezaba a temblar. Fue una lágrima suya que resbalaba por su mejilla la que hizo darme cuenta de cómo estaba comportándome con ella-. Por favor, créeme...

-Te creo-dije finalmente al cabo de unos segundos, cuando conseguí volver a sosegarme. De nuevo, conduje mi mano hacia su mejilla para acariciarla, esta vez secando la lágrima que había escapado de sus ojos, aunque no me atrevía a mirarla a los ojos-. Perdóname, todo está siendo tan confuso y ha ocurrido tan rápido...

-No te preocupes-contestó Ris, restándole importancia, mientras se pegaba a mi cuerpo para abrazarme. Yo correspondí abrazándola con un brazo a la altura de la espalda y otro tras su nuca-. Ya no recordaba ni cómo olías...

Su último comentario, aunque alentador, me sobresaltó, pero no le di más importancia y me quedé un rato abrazándola. Hasta que Trent interrumpió nuestro silencio.

-Si no os importa, recordad que hemos venido con un objetivo y que no tardará mucho en anochecer. Deberíamos ponernos en marcha.

-Sí, disculpadme por entreteneros-dijo Ris, separándose de mí mientras recobraba la compostura-. He concertado una cita con el dirigente antrano en las sombras, así que mañana podremos hablar entre los cuatro para contaros todo lo que ha pasado en Antran desde el fin de la guerra que sepáis de primera mano la situación de la ciudad. Esta noche dormiremos a salvo en el palacio.

Conformes con la propuesta de Ris, aceptamos pasar la noche en el palacio. Como era de esperar, había habilitado una habitación con un par de camastros. Al preguntarle dónde dormiría ella, me sorprendió contestando que ambos dormiríamos juntos, como en los viejos tiempos. Aunque fue una contestación chocante, debo reconocer que me gustó la idea de volver a compartir lecho a su lado. Aunque aquella noche no dormimos demasiado.

A media noche me desperté sintiendo movimiento sobre el camastro y descubrí a Ris poniéndose en pie y caminando hacia el exterior, tratando de no hacer ningún ruido. Preocupado por ella, decidí seguirla y comprobar hacia dónde se dirigía. Y, para mi sorpresa, salió en camisón y descalza hacia el exterior del palacio, más precisamente al exterior de la ciudadela. Aquel comportamiento extraño me llamó la atención y seguí su rastro hasta llegar a la base de los restos de la columna derruida junto a la entrada de la ciudad. Entonces se detuvo, justo en el centro, contemplando el cielo.

-Es increíble el cielo-dijo en voz alta. Al principio pensé que solo era un pensamiento suyo, pero, cuando se giró para mirarme, me di cuenta de que su comentario iba dirigido hacia mí-. Es increíble cómo el cielo puede hacer que este lugar sea mágico, a pesar de su estado.

-¿Cómo sabías que estaba aquí?-pregunté confuso, viendo cómo se acercaba a mí.

-Confiaba en que vendrías conmigo. Quería que vinieras hasta aquí para mostrarte esto.

-¿Y por qué no me lo pediste?

-Quería ver cuánto te preocupabas por mí-respondió con una breve e inocente risa, algo maliciosa. Cogiéndome de la mano, tiró de mí para conducirme al centro de la base-. Este lugar hace que me olvide de todos los pensamientos tristes que tengo. Cada noche es como si la magia envolviera esta enorme roca y me hiciera ser feliz en mitad de tanta tristeza. Podría estar la noche entera contemplando las estrellas brillar y viendo cómo la luna recorre todo el firmamento-confesó cuando nos detuvimos y se puso a observar nuevamente el cielo-. ¿No sientes tú lo mismo?

Alcé la vista al cielo y observé cada uno de los diminutos puntos iluminando el oscuro manto que se ceñía sobre nosotros. La luna, imparable, iba desde una punta a otra con extrema lentitud, tanta que apenas se percibía su movimiento. Contemplando nuestro alrededor, algunas luciérnagas salían a pasear por la amplia llanura. Daban la sensación de que las estrellas hubiesen bajado hasta la superficie para aportarnos luz a nosotros. Tenía razón, aquello parecía mágico. Ver algo bello en un lugar desolado solo podía ser posible gracias a la magia.

-Sí, siento lo mismo-reconocí en respuesta a su pregunta. Pero sabía que había algo más que me hacía sentirlo así, y pronto sabría también que ella sentía exactamente lo mismo que yo.

-He venido aquí muchas noches desde que me refugié en las ruinas de Antran, pero ninguna noche se asemejaba a esta-confesó, apretando suavemente mi mano-. Eso es porque estás tú conmigo-añadió mirándome a los ojos con una amplia sonrisa-. Al final, después de tanto tiempo, cumpliste tu promesa-concluyó en un susurro, apoyando su cabeza en mi brazo.

-Nunca he olvidado lo que te prometí, y juré vengarme por lo que te habían hecho. Pero...-hice una pausa en ese momento cogiendo una bocanada de aire-, pensé que estabas muerta.

-Lo siento, Celadias-se disculpó otra vez, con un tono más triste que con el que había estado hablando hasta ese momento.

-No te culpo, ahora veo por qué te ocultaste-contesté sonriendo-. Además, agradezco que lo hicieras. Así nuestro reencuentro ha sido más especial-reconocí mirándola a los ojos cuando ella se separó un poco de mí para mirarme también. Pude ver cómo se iluminaba su mirada en ese momento y volvía a dibujar esa sonrisa con la que había soñado tantas noches.

Como si el tiempo se hubiese parado, nos quedamos mirándonos a los ojos durante unos largos segundos, aunque no me hubiese importado prolongarlo más. Fue Ris quien separó su mirada de la mía y la condujo al horizonte, donde se podía ver la estatua alzándose desde los restos de la columna, creando una visión hermosa y triste al mismo tiempo, cuyo gesto parecía ahora que suplicaba compasión, y, al fondo, el monte que atravesamos para llegar hasta Antran.

-He visto que llevas un trozo de tela atado en el brazo-comentó, rompiendo el silencio que se había creado entre nosotros durante más tiempo del que creí-. ¿Se trata de tu promesa?

-Esto fue lo único que encontré entre los restos de la aldea. Sabía que se trataba de tu camisón, así que lo llevé siempre conmigo.

-¿Por qué es tan importante para ti?-preguntó, devolviéndome a las dudas que había logrado olvidar acerca de mis sentimientos hacia ella. Dudas que jamás logré resolver.

-Supongo que porque vi algo especial en ti desde el día en que te conocí-confesé-. He estado mucho tiempo pensando en eso, en el poco tiempo que estuvimos juntos y en cómo me has marcado tan rápidamente. Tu historia, tu forma de ser, tu espíritu... hacen de ti una persona única y exclusiva en todo el mundo. Eres una persona especial y, aunque jamás he conseguido explicarme por qué, siento algo por ti-tras la confesión suspiré de alivio, sentía que me había quitado un gran peso de encima. Había pasado mucho tiempo reflexionando acerca de mis sentimientos hacia ella, y, definitivamente, había hecho falta encontrarme con ella y descubrir que estaba viva para darme cuenta de que no quería separarme de ella nunca jamás-. Sí, ahora estoy seguro de que siento algo por ti-concluí sonriendo.

-¿Amor, quieres decir?-preguntó con cierta inseguridad.


Y solo esperó a que asintiera con la cabeza para pegarse a mí y dejar un beso en mis labios. Un beso cálido que me sorprendió al principio y que me hizo cerrar los ojos después. Un beso lleno de amor que consiguió borrar de mi cabeza todo pensamiento negativo, olvidarme de dónde estábamos para, únicamente, disfrutar de aquel momento. Un beso que llevaba tiempo deseando y que jamás pensé que llegaría a recibir. Un beso que prolongamos durante varios segundos, sin que ninguno de los dos tuviera la intención de separarse del otro. Un beso único e irrepetible por el significado que traía consigo, por el reencuentro inesperado y por el sentimiento mutuo que profesábamos el uno por el otro. Un beso que, aunque quisiera, jamás conseguiría olvidar. Y algo dentro de mí me decía que ese no sería el último beso que compartiríamos ella y yo.

lunes, 15 de febrero de 2016

Capítulo 5 - Antran

Malditos procesos burocráticos... Durante aquella semana envidié a Trent, quien solo necesitaba decirle al anciano de la biblioteca que partiría en busca de nuevos conocimientos para que pudiera marcharse sin que le echasen en falta. Menuda excusa... Yo, en cambio, tenía que seguir el procedimiento rutinario para conseguir unos días de permiso que me permitieran partir de la ciudad. Él sí podía decir que era libre. Al fin y al cabo, apenas tenía ataduras en Arstacia y nada le impedía abandonar la ciudad cuando y a donde él quisiera. Y pensar que habían ilusos que creyeron encontrar su libertad al alistarse en el ejército...

Conmigo eran más permisivos. Al pertenecer a una sección independiente en las fuerzas militares, los fantasmas de Kanos, y por haber sido nombrado caballero tenía algo más de libertad en cuanto a moverme de un sitio a otro. Yo, por lo menos, no tenía que dar explicaciones de lo que iba a hacer con mi permiso. Otros, en cambio, no corrían la misma suerte. Además de que sus trámites podían llegar a tardar el doble, eran muy meticulosos con los soldados. Solo quienes habían conseguido la confianza del emperador o poseían algún rango distintivo gozaban de las mismas libertades que yo. Pero el día de partir llegó con un espléndido amanecer. Parecía como si todo hubiese sido orquestado por algún ente superior o algo similar para que el viaje coincidiera con aquel día.

Si bien los rayos del sol podían castigar mi piel, las suaves brisas de aire contrarrestaban su calor. Sentía la calidez del sol y el frescor del viento, por lo que la sensación térmica resultaba bastante agradable. Tuvimos suerte de poder disfrutar de un viaje apacible a lomos de nuestros corceles aquel día, debo reconocer. El viaje fue tranquilo, sin ningún tipo de contratiempo. Temiendo ser apresados por alguna banda de salteadores, nos sorprendimos cuando llegó la noche y no sufrimos ningún percance. La única vez que tuve que sacar mi cuchillo en todo el día fue solo para despellejar un conejo que cazamos para la comida.

-Ya solo nos queda media jornada antes de llegar a Antran-dijo Trent tras terminar de organizar la acampada en una cueva que encontramos en la falda del monte que debíamos atravesar al día siguiente para llegar hasta la ciudad-. Y eso contando con que no podremos montar los caballos hasta atravesar el monte.

-Yo me encargaré de llevarlos cogidos de las riendas para que no se asusten.

-¿Qué crees que encontraremos en Antran?-preguntó tras unos segundos de silencio, donde el único sonido que se oía era el silbar del viento y el crepitar de las ramas quemándose en la hoguera.

-Ojalá lo supiera-contesté suspirando-. Ahora solo me preocupa que no nos descubran y que todo salga bien-concluí acostándome bocarriba, viendo cómo la luz palpitante iluminaba las paredes de la cueva hasta quedarme dormido.

Y el tiempo trajo consigo un nuevo amanecer, poniendo fin a la noche e invitándonos a continuar con nuestra travesía. Tal y como planeamos, yo me encargué de conducir a los caballos siguiendo el paso de Trent a lo largo del sendero dentro de un espeso bosque que nos conduciría hacia la otra parte del monte, desde donde ya podríamos ver de lejos la ciudad. Aunque las vistas de la ciudad que esperaba encontrarme distaban demasiado de la imagen que presentaba en realidad.

En bocetos e ilustraciones que había visto en los libros y los manuscritos se mostraba una ciudad que resplandecía, donde dos hileras de tres esbeltas columnas a cada lado se alzaban robustas de forma que parecía que quisieran tocar el cielo. Las columnas siempre lucían el mismo motivo en su relieve: cuatro figuras femeninas con alas salían de ellas desde sus bases, alzándose con los brazos extendidos y las manos juntas como señal de ofrenda. Incluso sabía que por las noches se iluminaba el cuenco que conformaban las manos con una inmensa llama que iluminaba toda la columna y los rostros de aquellas figuras angelicales. Esas hileras bordeaban el camino que conducía hacia la ciudadela, un terreno amplio que nada tenía que envidiar a Arstacia. Se trataba de una ciudad inmensa, repleta de gente, donde la vida rebosaba por doquier y las riquezas abundaban. Y, más allá de la ciudadela, un imponente palacio, más grande incluso que el palacio arstaciano, señal del poderío antrano.

La imagen que se mostraba frente a mí era de un completo abandono; resultaba deprimente ver las innumerables diferencias que había. El camino que conducía hacia la ciudadela ahora estaba bordeado por un puñado de pedruscos enormes. Lo que antaño eran las preciosas columnas que había visto en los bocetos, ahora no eran más que escombros. Solo dos de ellas aun se mantenían en pie, aunque no por completo. Solo una de ellas, la que se conservó en mejor estado y, por tanto, se alzaba más alta, aun contenía un par de estatuas. Se trataba de la más lejana de la ciudad. De la otra columna que se mantenía en pie, y decir que se mantenía era decir algo, solo quedaba algo menos que la base; se había derrumbado justo por debajo de donde deberían alzarse las estatuas. Aquel camino hacia la ciudadela era triste, pero el estado de la ciudad tampoco mejoraba demasiado. De hecho, el empobrecimiento se podía ver desde fuera, solo con contemplar el estado de las murallas. Sorprendidos por no ser interceptados por ningún guardia en la entrada, conseguimos acceder a la ciudad, donde la escena que se veía en el exterior se repetía también dentro de las murallas. La mayoría de las casas estaban en un estado ruinoso, algunas incluso parecían llevar abandonadas años. Las que mejor se conservaban mostraban también serios desperfectos.

Paseamos por entre las calles de la ciudadela, a veces teniendo que pasar por encima de los escombros para poder atravesarlos, y en todas y cada una de esas calles se veía la misma tristeza, tanto por el deterioro de las casas como por las caras demacradas de quienes no podían permitirse tener un techo sobre sus cabezas. Sí, aquella ciudad antaño fue rica y próspera, pero ahora se hallaba sucumbida en la más absoluta pobreza. Solo unos pocos afortunados, los más adinerados de aquella época dorada, conservaban todavía el privilegio de tener algo a lo que llamar hogar.

-¿Crees que esto es lo que quería Artrio que viésemos?-preguntó Trent mientras nos sentíamos observados por las curiosas miradas de los sin techo.

-Creo que esto es solo una parte de lo que quiere que descubramos-contesté con un suspiro, atónito por la imagen que veían mis ojos.

-¿Qué crees que habrá pasado para que Antran se convierta en esto?-volvió a preguntar, sin poder apartar la mirada de aquellos que se ocultaban de nosotros. No sabía si sentía más lástima por la inocencia Trent o por aquellos hombres y niños que nos observaban desde la distancia, temerosos de que fuésemos a hacerles algo. Era verdad que Trent no había viajado nunca en su vida, y salvo el incendio de Alquimia, jamás vio nada similar. Él todavía no sabía lo que era la guerra y nunca se habría imaginado que tales desgracias ocurrían más allá de los muros de Arstacia, ya que la guerra ocurrió cuando él todavía era un bebé. Siempre había vivido en su burbuja, protegido de toda imagen que pudiera herir su sensibilidad, y por eso aquello le estaba afectando tanto.

-Solo tengo sospechas de lo que ha podido pasar aquí, pero algo me dice que es justo lo que Artrio quiere que descubramos-contesté, parándome en seco para mirar hacia el palacio.

Su grandeza y su esplendor ya no mostraban el poderío de antaño. Ahora era igual de ruinoso que el resto de los hogares. De hecho, debido a su inmenso tamaño, era el edificio más sufrido de todos. Casi todos sus torreones habían caído ya, no sabría decir si por el desgaste del tiempo o por la mano del hombre. Sus muros estaban agrietados, y en algunos hasta podría colarse una persona de pequeña complexión. Los puentes que conectaban con las torres que todavía permanecían erguidas, aunque no intactas, se habían destruido, impidiendo el acceso a las habitaciones de dichas torres. Y en el centro de todo el palacio, donde deberían hallarse los pisos superiores, los cuales nunca supe qué albergaban, se agolpaban los escombros de lo que podían ser, perfectamente, tres pisos enteros.

-Sea lo que sea que tengamos que buscar aquí se encontrará en el palacio-deduje sin apartar la mirada del edificio, poniéndome en marcha en ese mismo instante.

Cuando llegamos ante la entrada del palacio, tampoco había ningún guardia. Parecía que no hubiese ningún soldado en toda la ciudadela, algo realmente extraño tratándose de la antigua capital del imperio. Cada detalle que veíamos me dejaba más claro que aquel lugar acabó siendo abandonado, pero, ¿por qué abandonar una ciudad tan próspera como lo había sido Antran? Y, más importante, ¿por qué cambiar la capital del imperio a una ciudad recién asediada? ¿Qué era lo que había pasado en aquel lugar para que una ciudad tan grande se vea sumida en la miseria? Todo lo que había era caos y destrucción, y sorprendía que todavía quedasen personas habitando aquella ciudad.

La ciudad había perdido toda su identidad. Incluso parecía que se trataba de un territorio menos del imperio, ya que todos los estandartes imperiales habían sido arrancados y sus restos yacían carbonizados en el suelo. En el interior del palacio se veían signos de violencia, posiblemente la rebeldía de los ciudadanos ante la situación tan deplorable que estaban viviendo. Seguramente el emperador decidió abandonar Antran, según mis deducciones, para escapar de aquellos actos de violencia y rebelión. Todo se hallaba desordenado. Muebles rotos por todas partes, vasijas destruidas, papeles quemados y esparcidos por todo el palacio...  

-Parece que se han divertido a costa del emperador en su antigua residencia-trató de bromear Trent contemplando los destrozos, aunque notablemente asombrado.

-Y muchos debieron pagarlo con sus vidas-dije señalando marchas de sangre en las paredes y por el suelo-. Los cadáveres seguramente estarán enterrados en el cementerio o vete tú a saber dónde. Pero ni siquiera se tomaron la molestia de limpiar la sangre.

-Ni de borrar las huellas-dijo Trent acercándose a media estantería volcada sobre una mesa partida en dos. Se agachó y escuché cómo cogía algo, algo metálico por el sonido que producía al arrastrarse.

-Esa espada no es del imperio-dije acercándome para observar la espada que había sacado de los restos. Su hoja se encontraba manchada de sangre seca, algo normal teniendo en cuenta la cantidad de años que podría haber estado oculta bajo esa estantería.

-¿Cómo sabes que no es del imperio?

-Aquí nunca luchó ningún oficial, por lo que las armas se cogerían de las armerías. Solo un oficial podría costearse una espada así, y aun así se quedaría con una paga minúscula.

-¿De quién es entonces esta espada?-preguntó Trent, mirándola intrigado.

-De una persona valerosa que murió luchando por la justicia-respondió una voz femenina a nuestras espaldas. Su voz provenía de las escaleras. Ambos nos giramos en ese preciso momento para comprobar quién era. Y yo apenas tardé en reconocer a esa persona. Una voz familiar, piel pálida, cabello castaño hasta llegar un poco más abajo de los hombros, un rostro, en mi opinión, bello, y sus ojos mostraban dos colores diferentes. Su ojo izquierdo era marrón y su ojo derecho, azul. En ese momento en que reconocí a aquella persona sentí que mis rodillas temblaban, que mis piernas apenas conseguían sostener mi peso a duras penas y que mis ojos se empañaron en lágrimas.


-Pensé que habías muerto...

jueves, 11 de febrero de 2016

Capítulo 4 - El lugar donde empezó todo

Recordando el contenido de la carta que me dio Artrio, especialmente la parte del lugar donde empezó todo, el primer lugar que se me vino a la mente fue Argard. Ahí fue donde empezaron todas mis dudas al ver cómo masacraron a los habitantes de aquella aldea. Pero no tenía ningún sentido que me pidiera ir a un lugar desolado donde no encontraría más que escombros. Podía suponer que esperaba que encontrase algún tipo de prueba, pero yo ya sabía todo lo que había pasado ahí. Por algo fui yo quien tuvo que encabezar a esa banda de mercenarios. También me llegué a plantear que se refiriera a Alquimia, pero ahí ya no era posible encontrar ni siquiera rastros de la desolación que sufrió a causa de las llamas. Tampoco podía referirse al lazo que llevaba colgado en mi brazo porque ya lo tenía y no me servía como prueba para nada. Ese enigma parecía ser imposible de resolver, hasta que decidí mirarlo desde otra perspectiva.

Artrio hizo énfasis en que comprendiera la importancia de su lucha, y que no se limitaba solamente a recuperar Arstacia de las garras del emperador. Su intención iba más allá de eso; quería que entendiera el verdadero motivo del movimiento de resistencia. Con "el lugar donde empezó todo" no se refería a donde empezaron mis dudas; se refería, de hecho, a donde empezó todo, literalmente. El lugar donde empezó la revolución, el lugar donde empezó la lucha, el lugar de donde surgieron los ideales de rebelión. Ahora sí que lo tenía claro, aunque seguía sin saber por dónde empezar a buscar. La única idea que se me venía a la cabeza era visitar la biblioteca e informarme en todo lo referente a los rebeldes. Tenía que buscar alguna pista que me condujera a aquel sitio, pero tenía que hacerlo sin levantar sospechas. Y eso sería lo más difícil para mí. Aunque no sería imposible. Quizá, pensé, el anciano bibliotecario tuviera alguna información útil para mí.

Al contrario que en la noche anterior, las calles se encontraban abarrotadas, llegando a obstaculizar mi paso en algunos tramos y obligándome a callejear para llegar lo antes posible a mi destino. Aunque no tardé mucho en vislumbrar la fachada del edificio desde uno de los callejones por los que opté por pasar. Una vez dentro pude ver el ambiente que generalmente había en la biblioteca. Jóvenes y ancianos, curiosos y estudiosos ojeando los manuscritos que apilados en las estanterías, eruditos novicios yendo de un lado a otros como recaderos para los más veteranos, algunos incluso limpiando el polvo para ganarse el respeto de los más mayores, todo ello en el más absoluto y sepulcral silencio. El único ruido que se oía era el de las pisadas apresuradas de los novicios tratando de terminar sus labores lo antes posible. Estaba claro que la biblioteca rebosaba sabiduría en sus escritos, pero también rebosaba vida durante el día.

Al lado de la entrada, junto al mostrador, se hallaba un hombre canoso, bastante anciano y de piel arrugada al que le temblaba el pulso, tomando apuntes en un viejo pergamino mientras revisaba, uno por uno, los libros que se apilaban en varias torres frente a él. Supuse que estaría haciendo el inventario de las devoluciones para poder colocarlos nuevamente en su sitio. Sintiéndome culpable por tener que interrumpir su trabajo, me acerqué al mostrador para preguntarle dónde podía encontrar al maestre.

-Ahora se encuentra reunido con uno de sus eruditos, que ha vuelto esta mañana de un viaje largo. No creo que tarde mucho en terminar su reunión-su respuesta me alarmó, y llegué a pensar, por un momento, que se trataría de Trent. Aunque tras las desilusiones que me llevé el día anterior tampoco quise tener ninguna expectativa de encontrarlo ahí. A pesar de ello, me atreví a preguntar.

-Ese erudito... ¿lo conoce usted?

-Claro que lo conozco. Todos aquí conocen al joven Trent. Tiene una mente prodigiosa, y es un chico bastante aplicado. No nos extrañaría a ninguno de nosotros que acabase convirtiéndose en el consejero del emperador como siga mostrándose tan brillante como hasta ahora.

-Esperaré entonces a que terminen su reunión y hablaré mejor con Trent-dije sonriendo ampliamente al tener la certeza de que, esta vez sí, podría verle.

Me sentí profundamente aliviado al saber que Trent había vuelto a la ciudad y que podría hablar con él de la carta. Sabía que me había pedido que no se lo dijera a nadie, pero él mismo admitió que estuvieron hablando de mis dudas y, seguramente, conocería ya el contenido de la carta. O, incluso, puede que le hubiese dado alguna pista para que pudiera ayudarme a encontrar las respuestas que buscaba. Aunque me ofendería que me viera incapaz de encontrarlas por mí mismo.

Tras un breve tiempo de espera, efectivamente, Trent y el anciano se dejaron ver por las escaleras, descendiendo hasta la primera planta. Ambos se percataron de mi presencia y pude ver cómo el anciano le decía algo a Trent y se daba la vuelta para, inmediatamente, subir de nuevo por las escaleras. Mi amigo, que se limitó a asentir con la cabeza ante lo que fuese que le dijera el anciano, apenas tardó en dirigirse hacia mí para recibirme.

-¿Qué te trae por la biblioteca?-preguntó sin ningún tipo de emociones-. Pensé que estarías entrenando con tus compañeros.

-¿Eso es lo único que se te ocurre decirle a un amigo al que no has visto desde que te fuiste de la ciudad?-pregunté molesto por su aparente falta de interés-. Tampoco esperaba que montaras una fiesta, pero qué menos que pasarte a saludar por mi casa o algo.

-Disculpa, Celadias, pero he estado ocupado estos días. El viaje no ha...

-Sé que has ido a ver a Artrio-interrumpí su excusa-. Me citó anoche en la biblioteca para darme una carta.

-Entonces, ¿te ha pedido ya que te unas a la resistencia?-pregunto nervioso, bajando la voz hasta ser un susurro-. Ven conmigo, será mejor que hablemos arriba. Ahí podremos conversar con más calma y sin temor a que nos escuchen oídos indiscretos-pidió sin darme tiempo a responder. Decidí no decir nada al respecto. Tenía razón, no podíamos confiarnos en hablar en un sitio tan expuesto, sin saber quién podía estar escuchando nuestra conversación. Así que decidí seguirle hasta el piso superior, en el mismo lugar donde, la noche anterior, estuve hablando con Artrio antes de que me entregara su mensaje.

Desde los últimos escalones pude ver la sala de la última planta. Estaba irreconocible con respecto a la noche anterior. Ahora la luz del sol se filtraba por la cúpula, creando una atmósfera cálida y agradable. Durante la noche, el tenue brillo de la luna apenas iluminaba la estancia, al contrario que durante el día, donde todo se podía ver a la perfección incluso aunque la luz no incidiera directamente. Ahora podía ver más allá de las cuatro mesas colocadas en el centro de la habitación. Si bien durante la noche podía ver las estanterías bordeando la sala, ahora podía distinguir los manuscritos que se conservaban.

Trent se dirigió hacia las mesas del centro de la sala, aunque se quedó de pie junto a una de las sillas que la rodeaban, invitándome a sentarme.

-¿De qué hablasteis Artrio y tú anoche?-preguntó cuando tomé asiento. Le conté todo lo que recordaba que habíamos hablado, incluso le hablé de la carta. En todo momento me escuchó con atención, pareciendo que mi relato no fuese el que él estaba esperando-. Entonces todavía no te ha pedido que te unas a ellos.

-No, al menos directamente. ¿Tú sabes algo?

-Artrio quiere que combatas con ellos, pero no quiere obligarte a hacer algo que no quieras-respondió sentándose sobre la mesa-. Es por eso por lo que quiere que lo veas por ti mismo, pero yo tampoco sé qué quiere que veas exactamente.

-¿A qué crees que puede referirse con el lugar donde empezó todo?-pregunté intentando que, entre los dos, encontrásemos alguna solución.

-Bien puede ser el primer asentamiento de la resistencia, pero lo veo demasiado peligroso como para que Artrio te diga que vayas a visitarlos. Ambos sabemos que, si alguien se entera de que has estado en un campamento de la resistencia, correrás un grave peligro.

En aquel momento ya había mencionado la resistencia varias veces, al contrario de lo que se acostumbraba escuchar al hablar de ellos. Siempre, desde pequeños, nos lo habían descrito como rebeldes.

-Trent, tú sabes algo más sobre todo esto. No los has llamado rebeldes en ningún momento, siempre pronuncias la resistencia y hablas de ellos como si no fuesen el enemigo-apunté mirando a sus ojos fijamente.

-Empiezo a sospechar que el verdadero enemigo es el imperio-reconoció sin inmutarse.

-¿Crees entonces que debería unirme a ellos?

-Creo que deberíamos hacer caso de lo que te ha dicho Artrio y ver la verdad por nosotros mismos-contestó encogiéndose de hombros.

-Tendremos que resolver entonces este misterio.

Estuvimos un buen rato hablando de cuál podría ser ese lugar, hasta que, al mismo tiempo, ambos caímos en Antran, la antigua capital del imperio. Confirmamos nuestras sospechas cuando, al buscar información entre los viejos tomos y manuscritos que versaban acerca de esa ciudad, comprobamos que, desde el abandono del palacio de Antran, no había ningún dato actualizado. Hasta el censo estaba desactualizado desde aquella época.

-Estoy seguro de que a esto se refería Artrio-dijo Trent al cerrar el último tomo.

-¿A la ausencia de archivos de Antran?

-Es como si, de repente, desapareciera una ciudad entera después de que el emperador viniera a Arstacia-observó mi amigo dejando el tomo en la estantería-. Tiene que haber algo detrás de la construcción de su nuevo palacio. ¿Por qué iba a gastar tanto dinero en levantar un nuevo palacio en otra ciudad para abandonar su ciudad natal?

-Hay que admitir que es realmente sospechoso, pero dudo que encontremos ninguna respuesta en estos manuscritos-apunté cruzándome de brazos-. Si el emperador se ha tomado la molestia de borrar todos los registros referentes a Antran, seguro que habrá impedido que quede alguna constancia de lo que sucedió.

-Tendremos que ir a Antran e investigarlo por nosotros mismos. Pero recuerda lo que te dijo Artrio. Si te descubren husmeando donde no debes, podrían enviarte a Veltar.

-¿Qué es Veltar?-pregunté sin saber de qué lugar me estaba hablando?

-Es una cárcel que el imperio ha mantenido en secreto todos estos años-dijo con un gesto sombrío-. Enviarte ahí es peor que enviarte a una muerte segura.


-Entonces tendremos cuidado de que no nos envíen ahí.

lunes, 8 de febrero de 2016

Capítulo 3 - El comienzo de algo nuevo

Aquel guardia dijo que la voz de la persona que le había entregado la carta para mí era la de una chica, dulce e inocente por su tono y por la forma en la que le habló. Entonces era normal que pensase que quien me había citado aquella noche con tanto secretismo fuese una chica. En cambio, la voz, además de ser una voz masculina, me resultaba demasiado familiar. Aunque no se trataba de Trent, de quien sospeché en primer lugar al recibir la carta, antes de investigar. Todo se estaba volviendo cada vez más raro, y sentía el impulso de irme de ahí cuanto antes. Pero la intriga me estaba matando por dentro y necesitaba saber por qué él, precisamente él, quería hablar conmigo después de tanto tiempo y por qué era tan importante aquello que tenía que decirme para volverlo todo tan misterioso.

-Artrio, ¿qué estás haciendo aquí?-le pregunté una vez se acercó más hacia donde yo estaba, permitiéndome distinguir su rostro y sus ropajes negros.

-¿Te ha seguido alguien?-me devolvió la pregunta. Aquello me molestó bastante, pero me limité a responderle negando con la cabeza-. Siento causarte tantos inconvenientes, Celadias.

-¿Por qué tanto misterio? ¿A qué diantres viene ocultarse tanto?

-Ya sabes que estoy de parte de la resistencia. Ya no puedo arriesgarme a ser reconocido por la calle.

-¿Crees que te he delatado?-pregunté molesto e indignado-. Somos amigos desde hace años. Que estés en un bando o en otro no va a cambiar nada entre nosotros.

-Trent me ha hablado acerca de tus dudas-dijo con seriedad-. Aunque supongo que en el fondo, esas palabras son las que sientes de verdad.

-Si no fuese así, jamás lo habría dicho. Ahora respóndeme: Si estás corriendo tanto riesgo, ¿por qué has venido hasta aquí para reunirte conmigo?

-Como te dije, Trent me ha comentado algo sobre que dudas si hiciste bien en alistarte en el ejército y que estás pensando en rebelarte contra el emperador-en ese momento hizo una pausa, como si esperase que fuese a decir algo, pero me mantuve en silencio, esperando a que siguiera con su explicación-. No voy a ser yo quien te diga que sigas en el ejército. Sería muy cínico por mi parte animarte a ser mi enemigo. Pero tampoco voy a ser quien te lleve hasta la resistencia y te inste a unirte a nosotros.

-¿Por qué?

-Porque te estás moviendo solamente por venganza, Celadias-respondió posando sus manos sobre mis hombros-. Mírate, has estado peleando y combatiendo durante casi un año, y nunca te has planteado si lo que estabas haciendo era lo correcto. Hasta que no os ordenaron la operación donde murió Ris no te planteaste en ningún momento desertar del ejército. Y eso no es rebeldía, Celadias. Eso es sed de venganza. Nosotros jamás lucharemos por una venganza personal. Luchamos con unos ideales en común que nos hace estar unidos y organizados para seguir combatiendo todos juntos por una misma causa.

-¿Liberar Arstacia?-pregunté con arrogancia, interrumpiéndole-. Aquí no hay nada que liberar, vivimos en libertad.

-No seas iluso, Celadias. Abre los ojos-contestó Artrio, soltando un suspiro mientras se alejaba un par de pasos de mí-. Yo no soy la persona más adecuada para hablar contigo sobre la ideología y la lucha de la resistencia. Por eso creo que es mejor que lo veas por ti mismo.

-¿Y por qué has venido entonces?-volví a preguntar, esperando que fuese directo en su respuesta.

-Para darte una pista que pueda encauzar tu camino y advertirte de los peligros que puede acarrear si decides seguir investigando-en ese momento me entregó un trozo de pergamino doblado por la mitad dos veces-. No lo abras hasta llegar a tu casa.

-¿Qué hay escrito en él?-pregunté esperando que tuviera la cortesía de responderme.

-Lo que quiero decirte y no puedo por falta de tiempo-dijo algo apresurado. Entonces me di cuenta de que la luna ya no estaba en lo más alto de la bóveda y que su luz se había desplazado, formando ahora una elipse en el suelo. Comprendí que debía marcharse rápido y que no podía retenerle más tiempo si quería que se mantuviera a salvo todavía, por lo que solamente cogí el manuscrito y lo guardé en la alforja.

-Volveremos a vernos, Artrio.

-Ten mucho cuidado, Celadias.

Ambos nos fundimos en un abrazo durante unos largos instantes, aunque para mí no fue tiempo suficiente para olvidar la discusión que tuvimos la última vez que nos vimos, cuando le culpé de todo lo que había pasado. A pesar de cómo nos despedimos aquel día, él había confiado en mí todo ese tiempo, y se había puesto en peligro para venir a verme y entregarme aquel mensaje, cuyo contenido desconocía pero que debía ser importante para necesitar dármelo en mano. Quise disculparme por cómo me había portado con él a pesar de todo lo que estaba confiando en mí, pero no salieron palabras de mí boca. En su lugar, solo me separé de él y le dejé marchar mientras todavía tenía tiempo para abandonar la ciudad en el amparo de la noche. Él tampoco dijo nada, pero sabía, por su mirada, que también esperaba que volviéramos a vernos pronto.

Le vi fundirse con las sombras, desapareciendo de mi mirada y dejando, como único rastro suyo, el eco de sus pisadas marchándose. Me quedé durante unos segundos quieto y en silencio, esperando a que dejase de resonar sus pasos. Cuando tuve la certeza de que ya se había marchado, me puse en marcha yo también para regresar a casa, donde, con la luz de una vela, abrí el mensaje que me había dado dentro de mi habitación. Reconocí que la había escrito él mismo de su puño y letra, sin intermediarios esta vez. Y, aunque debo reconocer que seguía intrigado por saber quién era la persona que le entregó la carta al guardia, dejé de lado aquella incógnita para centrarme en el mensaje que Artrio quería que me llegara de verdad.

Conozco tus dudas y, aunque no puedo negar que me guste la idea de que combatas junto a nosotros por nuestra causa, quiero que seas tú quien tome la decisión. Elijas lo que elijas, no te lo reprocharé, eres libre de hacer lo que creas correcto. Pero sé que estás buscando una razón por la que rebelarte; una que vaya más allá de la venganza personal. Por eso te insto a que vayas al lugar donde empezó todo y comprendas por ti mismo la gravedad del asunto. Solo así serás capaz de tomar una decisión.

Pero, si decides seguir la pista que te he dado, he de advertirte, no obstante, que correrás un grave peligro. A estas alturas sabrás que el imperio guarda muchos secretos, y lo que ahí se esconde es algo que ellos nunca permitirán que salga a la luz. Si decides adentrarte en esta empresa, deberás ser muy cuidadoso con cada paso que des y vigilar bien tus espaldas.

Esto podría ser el comienzo de algo nuevo, Celadias, y es algo muy serio. Por favor, ten mucho cuidado. Entenderé que decidas no ir en caso de que veas que es demasiado arriesgado o no confíes en lo que te digo.

Destruye esta carta y asegúrate de que nadie más la lea.

Un saludo, Artrio.

Cuando terminé de leer la carta de Artrio hice que lo me pidió y acerqué una de las esquinas del pergamino a la pequeña llama de la vela. Me quedé un rato contemplado cómo el fuego se propagaba por el papel y comenzaba a consumirlo, destruyendo el mensaje que había en él y dejando nada más que un poco de ceniza, mientras pensaba en lo que me había pedido que hiciera. Me estaba llamando a unirme a los rebeldes para combatir a su lado y, para ello, me pedía que fuese a "donde empezó todo" sin saber todavía cuál era ese sitio para que viera por mis propios ojos algo que me hiciera tomar la decisión. Lo único que sabía es que guardaba un secreto que él no quiso revelarme. Me preguntaba entonces cuál podría ser ese secreto que fuese tan importante como para que tuviera que ir por mí mismo a buscarlo y por qué podría ser el comienzo de algo nuevo.

Sabía que aquello podría ser peligroso, y que, muy posiblemente, no podría dar marcha atrás una vez me adentrase a descubrir aquel misterio, pero necesitaba saber qué era lo que ocultaba el imperio con tanto recelo. Quizá así mi mente podría aclararse y decantarse por uno de los dos caminos que se abrían ante mí: la rebeldía o la lealtad. ¿Y si era eso a lo que se refería con el comienzo de algo nuevo? Él parecía estar muy seguro de sus palabras, y sabía que no se iba a arriesgar a tanto por nada. Sabía que algo grande había en ese sitio, y que terminaría de convencerme para unirme a la rebelión. Pero, ¿cómo podía estar seguro de ello? ¿Cuál era el lugar donde empezó todo? ¿Y qué era lo que tenía que buscar? Demasiadas preguntas y ni una sola respuesta...


La carta terminó de consumirse y yo empezaba a encontrarme cada vez más cansado. Darle vueltas a aquel mensaje y a aquellas cuestiones no haría más que dejarme aun más exhausto todavía, y la noche estaba próxima a acabarse para dejar paso a un nuevo día. Necesitaba dormir y descansar para poder pensar con más calma al día siguiente. Al menos ahora tenía una pista, que ya era más que lo que tenía el día anterior. Solo me quedaba saber a dónde debía dirigirme y, sobre todo, tener mucho cuidado con lo que estaba a punto de hacer.

jueves, 4 de febrero de 2016

Capítulo 2 - La carta

Mi contacto con Trent cesó temporalmente después de aquella conversación en la que me demostró que, aunque no compartía mi idea de traicionar al imperio, me apoyaría con cualquiera que fuese mi decisión una vez tuviera mis pensamientos claros. A pesar de que estuvimos un tiempo sin hablar, me sentía en calma y agradecido con él por haberme escuchado sin juzgarme a la ligera, y, más importante aún, sin delatarme ni entregarme al emperador. Ya entrada la época estival fue cuando volví a tener noticias suyas. Hasta entonces lo único que supe era que no estaba en la ciudad, que se había marchado de viaje en busca de, según me dijo el anciano bibliotecario, nuevos conocimientos. Pero él tampoco sabía cuál había sido su destino.

-Si temes que se haya metido en problemas, eres el único que parece estar buscándole en la ciudad-contestó con sosiego-. Puedes tener el consuelo de que no parecía huir de nada y de que nadie haya venido buscándole.

Durante la primera semana estuve investigando a fondo dónde podría localizar a Trent para pedirle explicaciones acerca de su repentina ausencia sin ningún tipo de aviso. Visité incluso los restos del poblado alquimista, pero el viaje fue en vano. En la segunda semana, cuando ni siquiera su mentor sabía su paradero, decidí rendirme y dejar que el tiempo pasara y me trajera algún tipo de explicación. Y, tras unas semanas más, llegó el momento que estaba esperando. Recibí la noticia durante mi entrenamiento matinal rutinario.

Me encontraba en aquel momento peleando con Horval, charlando sobre cómo le iba la vida a sus padres. Mientras me comentaba lo felices que eran en su nueva parcela en las afueras de la ciudad, un guardia del palacio se acercó a nosotros con una carta en sus manos. El lacrado no tenía ninguna marca distintiva, había sido sellado con un objeto plano, por lo que no había forma de averiguar, sin abrir la carta, quién era el remitente. Y en el sobre solo ponía mi nombre como destinatario. Cuando le pregunté al guardia quién se lo había dado, dijo que fue uno de los guardias de la ciudad y que no sabía la identidad de quien me había mandado aquella carta. A pesar de ello, presentía que se trataba de Trent quien me había escrito para decirme que había vuelto a la ciudad y que, seguramente, tendría alguna noticia para mí. Al fin y al cabo, siendo de una familia humilde sabía que no tenía ningún sello para certificar las cartas, y, aunque supuse que el lacre lo habría tomado prestado de la biblioteca, sellarla con su marca podría causarle problemas al no tratarse de ningún asunto oficial. Segundos más tarde, al leer el contenido de la carta, tuve más claro que se trataba de él y de por qué lo había enviado con tanto secretismo en lugar de venir a hablar conmigo directamente.

Querido Celadias:

A estas alturas te estarás preguntando quién soy yo y cuál es el misterio de esta carta. Siento no haber dejado ninguna marca en el lacre ni firmar tampoco esta carta, pero necesito que comprendas la importancia del asunto y la gravedad que podría suponer desvelar mi identidad aquí. Ahora mismo solo puedo decirte que soy una persona en la que puedes confiar plenamente, aunque, dadas las circunstancias, entiendo que puedas dudar de mí. Aun con esas dudas, quiero pedirte que te reúnas conmigo esta noche, cuando la luna alcance su punto más alto, en la planta superior de la biblioteca. Por favor, ven solo y asegúrate de que nadie te siga.

Atentamente, un amigo.

La caligrafía de aquella carta era excelente, parecía haber sido escrita por algún escriba de la biblioteca, lo cual me hacía pensar aun más todavía que me la había mandado Trent. Pero el contenido me parecía demasiado sospechoso como para encargarle su escritura a alguien que trabajase en la biblioteca, sabiendo que podría acabar en manos equivocadas. El misterio que envolvía aquel trozo de pergamino dirigido hacia mi persona terminó preocupándome. Esa preocupación llegó incluso al punto de verme obligado a pedirle perdón a Horval por abandonar el entrenamiento y retirarme a descansar. O, al menos, eso fue lo que le dije.

En el fondo no era descansar lo que quería, sino aclarar el asunto y saber quién y qué me esperaba aquella noche en la biblioteca. Mi determinación me impulsó a buscar al guardia que me trajo la carta e investigar a fondo para encontrar al remitente del mensaje. Pero la suerte no estaba de mi parte aquel día.

Mi andanza me llevó hasta el soldado que recibió de primera mano el sobre. Para mi desgracia, no pudo verle el rostro. Según me explicó, un pañuelo de seda semitransparente cubría su mandíbula, impidiéndole ver sus facciones, y la capucha le proporcionaba la sombra suficiente para que no pudiera ver bien sus ojos.

-¿No pensaste que podría ser peligroso entregar un mensaje de una persona a la que no puedes identificar?-pregunté, molesto por la decisión del soldado y frustrado por haber perdido el único rastro que me conduciría a esa persona.

-No parecía ser una persona peligrosa-dijo en su defensa-. La voz de aquella chica era dulce e inocente, aunque hablaba muy seria.

-¿Has dicho que era una mujer?-pregunté extrañado.

Si aquel individuo se trataba de una mujer, ¿por qué en la carta no se definía como una amiga? Era al contrario, firmó en masculino. Entonces solo se me ocurría que fuese para despistarme y no delatarse. Aunque era una tontería pararse a pensar en algo tan baladí en ese momento. Lo realmente importante era que ya no quedaba ningún motivo para sospechar que se trataba de Trent y ahora, en su lugar, el misterio envolvía a una figura femenina sin rostro. La única pista que podía conducirme hasta ella era que se trataba de una mujer con capucha y el rostro tapado por un pañuelo, cuya voz, según describió el guardia, era dulce. Era imposible seguir a alguien con una descripción tan general, y más aun reconocer a una persona en toda la ciudad solo por la voz. Y ya me había dado por vencido en cuanto a localizarla se trataba. Todo se había vuelto más enigmático todavía, y me empecé a arrepentir de haber abandonado el entrenamiento. Casi hubiese preferido quedarme con la intriga y la esperanza de encontrarme a mi amigo que añadir nuevas incógnitas que causaran quebraderos de cabeza.

Rindiéndome por el cansancio y el desánimo, me retiré hacia mi hogar. Sabía que ahí me estarían esperando mi madre y mi hermano, y que seguramente me habrían intentado ayudar a resolver lo que, para mí, se había convertido ya en un auténtico rompecabezas. Pero sin conocer todavía la auténtica seriedad y gravedad del asunto no quería inmiscuir a mi familia. Algo me decía que todo se volvería más peligroso para mí después de esa noche. La única opción que me quedaba era relajarme, descansar y esperar con calma a que anocheciera. Al fin y al cabo, el tiempo me acabaría dando la solución que estaba buscando. Lo único que necesitaba era paciencia.

Desde el momento en el que oscureció y la única luz que iluminaba la ciudad era la de las antorchas de los guardias y la luna alzándose lentamente por el firmamento, desde mi ventana fui viendo cómo ascendía su brillo, preparándome para la escapada nocturna. Conseguí pasar el día con calma, ayudando a mi madre a preparar la comida al medio día y la cena al atardecer. Cada vez faltaba menos y los nervios volvieron de nuevo, en aumento esta vez. Debido a esos nervios, y aun a sabiendas de que llegaría demasiado temprano a la cita, decidí salir antes de lo previsto de mi casa, aprovechando también que tanto Kestix como mi madre se habían dormido ya. Una vez en las calles, sentí que, a pesar del calor que hacía durante el día, aquella noche hacía un poco más de frío en comparación con la temperatura habitual.

La ventaja de salir más temprano de lo que planifiqué fue que podía tomármelo con calma y disfrutar de la tranquilidad que inundaba las calles por la noche. Además, el cielo despejado me ofrecía una visión maravillosa y, sobre todo, tranquilizadora de las estrellas. Por un momento incluso llegué a olvidarme de todas mis preocupaciones conforme, con lentitud pero sin pausa, me acercaba poco a poco al objetivo. A decir verdad, el paseo consiguió aliviar mis tensiones y llegué más relajado a la biblioteca después de dar algunos rodeos por entre los callejones para evitar que me siguieran.

Al llegar a los pies de la pequeña escalinata frente a la biblioteca, me detuve durante unos instantes a contemplar la fachada de aquella construcción de tres plantas. Aquellos segundos que estuve viendo el edificio sirvieron para armarme de valor. Miré por última vez hacia atrás para comprobar que, efectivamente, nadie había seguido mi rastro y que, tras de mí, no había nadie, que me encontraba completamente solo. Tras coger aire, exhalé un profundo y largo suspiro antes de dar el primer paso y subir el primer escalón, aventurándome a entrar en el interior de la biblioteca.

Como era costumbre en el interior de la biblioteca, las antorchas que colgaban de las columnas proyectaban un tenue luz lo suficientemente fuerte como para poder leer con comodidad. Aunque al principio siempre tardaba un poco la vista en acostumbrarse, al ser de noche la vista ya estaba adaptada a la oscuridad. Avancé por el pasillo de la primera sala, notando cómo el eco mis pasos resonaba en las galerías entre las viejas estanterías de madera. El sonido de mis pisadas cambió al empezar a subir por las escaleras de mármol, ya no se escuchaba el crujido del suelo de madera cediendo ante mis pisadas.

Seguí subiendo hasta alcanzar la planta superior. Nunca había subido hasta el tercer piso. Aunque ya desde el exterior se veía a simple vista que la estancia se achicaba con respecto a los otros dos pisos inferiores, me daba la sensación de que aquella habitación era aun más pequeña todavía. A mi alrededor no habían más que cuatro mesas rodeadas de seis sillas y, a lo largo de las paredes, unas pocas estanterías. En las paredes colgaban algunos cuadros decorativos, y no vi ninguna puerta que condujera a otra cámara distinta. Aunque quizá fuese por la oscuridad, ya que no había ninguna antorcha que alumbrase aquella estancia. La única luz que entraba era de una enorme cúpula de cristal situada justo en el centro del techo, aunque no ocupaba su totalidad.

La luz de la luna filtrándose por la cúpula dibujaba un perfecto círculo en el centro de la habitación, iluminando poco más que las mesas que mencioné antes. A otras horas supuse que la luz, al ser de día, sería más intensa y alumbraría todo el lugar. Al menos, aquella noche dejaba ver una imagen hermosa de una luna rodeada por millones de diminutos puntos luminosos contrastando con un cielo completamente negro. Fue esa vista la que hizo que entrase en el círculo iluminado.

Debí quedarme atontado viendo las estrellas, pues no noté en ningún momento ningunos pasos subiendo por las escaleras. Y era extraño, porque el silencio podría haberme traído el eco de las pisadas perfectamente desde la planta baja. Pero solo supe que había llegado la persona que me había citado cuando oí su voz hablándome a mis espaldas una vez se encontró sobre el mismo suelo que yo.

-Si te hubiese citado un enemigo en vez de un amigo, tu despreocupación habría sido tu final.

Al escuchar aquella afirmación me sobresalté y me giré rápidamente para mirar quién había hablado. Aquella figura se encontraba todavía en las sombras, por lo que no pude distinguir ningún tipo de rasgo, más que una sombra oscura en la, ya de por sí, oscura penumbra. Aunque pude reconocer su voz, la cual, además de no ser femenina como me esperaba por lo que dijo el guardia, me resultaba familiar.


-Artrio, ¿eres tú?