Aquella época la recuerdo fría y oscura, llena de dolor y lamentos.
No sentía las cálidas y suaves brisas que precedían la época estival,
mi corazón carecía de emociones, y mi cuerpo se movía, autómata, sin voluntad
propia, cumpliendo las órdenes que se me asignaban cuando no me encontraba
golpeando maniquíes de madera con la espada para desahogarme y desatar la rabia
que sentía por servir en un ejército de asesinos. El estado en el que me
encontraba en aquel momento preocupó a Barferin sin darme cuenta, quien, por
todos los medios, trató de quitarme de la cabeza todos mis pesares. Y es que, a
pesar de coincidir el ascenso de Karter con mi cumpleaños, no tenía ganas de
celebrar ninguno de esos dos acontecimientos. No tenía el cuerpo para
celebraciones cuando cada día amanecía empapado en sudor a causa de las
pesadillas que se repetían noche tras noche. Aquellos sueños fueron la
principal causa de mi desesperación, y los recuerdo como si los estuviese
teniendo conforme escribo estas líneas.
Algunas veces me veía en el poblado de los alquimistas por la noche,
acompañado de Ris, mirando juntos las estrellas en silencio. De repente, las
cabañas empezaban a arder. Al mirar a la chica, ya no estaba. Había
desaparecido, al igual que desaparecieron las cabañas del poblado, y me
encontraba solo y desamparado en medio de las cenizas. Otras veces era peor…
llegaba a verla arder a ella mientras yo, impotente, me limitaba a observar
cómo desaparecía ante mis ojos, convirtiéndose en polvo, yéndose para no volver
jamás. Y siempre el mismo sentimiento de culpa, la misma frase que se repetía
una y otra vez: “No cumplí mi promesa”. Y, entonces, recordaba mi nueva
promesa. Mi promesa de venganza.
Aunque no hacía falta soñar con Ris para recordar esa promesa: el lazo
que colgaba de mi brazo me lo recordaba constantemente. Siempre conservé aquel
trozo de tela que otrora fuese parte de su camisón, rodeando mi brazo y
quedándose sujeto en aquel lazo. No había pasado mucho tiempo desde entonces,
pero el malestar que sentía, la depresión en la que me sumía y el dolor que me
consumía había hecho que, para mí, pasase toda una eternidad.
Mientras tanto, el emperador se enorgullecía por el éxito que había
obtenido en las campañas contra los rebeldes gracias a su “glorioso ejército”.
¡Glorioso ejército decía! ¡No eran más que un puñado de mercenarios sanguinarios
armados por un imperio construido con sangre y lágrimas inocentes contra
indefensos aldeanos, la mayoría campesinos, sin una sola posibilidad de
victoria! Sentía que me hervía la sangre cuando le escuchaba vanagloriarse por
las victorias que había cosechado en el campo de batalla. ¡Sin haber luchado
nunca! Él no sabía lo que era combatir en el campo de batalla, no había visto
nunca los horrores de la guerra, no había visto cómo personas inocentes perdían
la vida a mano de sádicos asesinos cuyos bolsillos habían sido llenados con un
oro manchado de sangre. Él siempre había estado tras la protección de los muros
de su lujoso palacio y de, por si las murallas no eran suficientemente robustas,
hileras de soldados bien pertrechados, lejos del peligro de la guerra. Si él
hubiese estado en aquellas aldeas… ¿habría seguido con aquella masacre? Una
parte de mí prefería seguir sin pensar en ello. Al fin y al cabo, ¿seguiría
luchando por un imperio construido con cadáveres inocentes y monedas de oro
ensuciadas por el hedor a muerte? La mayoría de las veces ansiaba recoger todo
mi equipamiento y la espada que me regaló Garlet como muestra de confianza para
unirme a Artrio y a sus compañeros rebeldes contra el imperio.
Artrio… ¿Acaso él sabía la verdad de todo lo que estaba pasando? ¿Acaso
él conocía la verdadera naturaleza del emperador y por eso había luchado contra
nosotros? Siempre, desde que le conocí, me pareció una persona increíblemente inteligente,
el único del grupo capaz de competir con Trent en intelecto. Entonces, ¿por qué
había renunciado a una vida llena de comodidades en Arstacia para pelear con
los rebeldes contra el emperador que le había concedido aquella vida? ¿Por qué
renunciar a un futuro prometedor para luchar contra el imperio? Él no habría
elegido el exilio si no tuviera una razón importante.
Por otra parte, no me sentía capaz de abandonar el ejército. Me uní a
él para proteger a mis seres queridos, e irme con los rebeldes supondría
abandonarlos a ellos también. Además, algo me hacía querer descubrir por mí
mismo el motivo por el que Artrio y su padre se unieron a los rebeldes. Quizá
porque solo así conseguiría tomar una decisión, la decisión que considerase
correcta cuando llegara el momento.
-Es mejor que actúes con prudencia-me dijo Trent en una ocasión, cuando
me atreví a hablar con él de mis dudas. Era la única persona en la que podía
confiar en aquella situación y, a decir verdad, su inteligencia también era un
punto a favor para recurrir a él-. Debes ser paciente antes de tomar una
decisión que pueda cambiar tu vida por completo. Si te vas, ten por seguro que
jamás podrás volver, y si te equivocas en esa elección, ¿serías capaz de luchar
por una causa en la que no crees?
-Lucharía por vengar la muerte de Ris y de Dert-contesté intentando
buscar un motivo que me hiciera creer que habría hecho lo correcto.
-¿Tú solo contra todo el imperio? ¡Es una locura!-se alarmó mi amigo-.
¿Crees que ellos estarían orgullosos de que perdieras la vida en vano? Y
supongamos que consigues sobrevivir y obtienes la venganza que tanto deseas.
¿Qué harás después? ¿Has pensado en eso acaso?
-¿Y qué otra cosa puedo hacer? ¿Seguir sirviendo a las órdenes de
quienes los han asesinado a sangre fría?
-Ten paciencia, Celadias. Tienes que aclarar primero tus pensamientos y
darte algo de tiempo todavía para poder elegir tu camino. ¿Acaso no recuerdas
tus sueños cuando te alistaste?
-Ahora solo sueño con venganza-respondí con sequedad.
-Sueñas con rebeldía-espetó.
-Lo que sea, ambas van cogidas de la mano-respondí con algo de
brusquedad-. Además, siento que tengo que hacerlo, que este es el camino
correcto.
-Si lo que deseas es rebelarte, adelante, no me opondré-contestó Trent
con los brazos caídos y soltando un suspiro-. Pero quiero que me escuches,
Celadias. Escúchame con atención. Las cosas no son tan fáciles como crees.
Debes tener paciencia, mucha, y actuar en el momento adecuado. Actúa con
precaución, no des ningún paso en falso. Mi consejo es que sigas todavía en el
ejército y calcules tu próximo movimiento oculto desde las sombras. Conoce al
imperio desde dentro, descubre toda la verdad que haya oculta y luego decide
cuál es tu camino.
-Mi camino lo he decidido ya, amigo mío.
-Entonces haz lo que te he dicho. Yo también tengo mis dudas-se sinceró
al final-, tampoco me creo del todo lo que dice el emperador, pero no podemos
hacer nada ahora mismo. Confía en mí, la vida puede dar muchas vueltas y puede
darte la oportunidad que estás esperando o puede que te muestre la verdad que
estás ignorando. ¿Quién sabe? Quizá hasta te abra un tercer camino ante tus
ojos.
Sus palabras no fueron de mucho consuelo para mí, pero tenía que
admitir que razón no le faltaba. A pesar de que decía que había decidido mi
camino, yo todavía no tenía del todo claro cuál sería el que escogería. En
aquel momento la rabia me cegaba y lo único que quería era rebelarme contra el
sistema que había causado tantas desgracias. Pero no sabía realmente qué era lo
que quería, no era capaz de mirar en el fondo de mi ser para encontrar la
respuesta que estaba buscando. Precaución y paciencia era lo que me
recomendaba, y era el mejor consejo que podía darme en tiempos de oscuridad y
dolor, de ira y de rabia contenida. Mientras siguiera cegado por mi sed de
venganza no sería capaz de encontrar una solución a nada.
El único camino factible que podía coger en aquel momento era el de la
neutralidad. Amparándome en la independencia de los Fantasmas de Kanos podía
permanecer dentro del imperio para conocer sus secretos sin tener que ser una
marioneta del emperador y sin la necesidad de unirme a los rebeldes. Ese era,
en aquel momento, un punto intermedio entre los dos caminos que se abrían ante
mí. Y solo podía esperar, impotente, mientras mis pesadillas seguían acosándome
cada noche y mis sueños se tambaleaban a causa de las dudas que invadían mis
pensamientos. ¿Lealtad o traición? Era la pregunta que empecé a hacerme al
principio, causándome un conflicto interno que, a menudo, me quitaba el sueño
por las noches. Mi honor y mis principios estaban en juego, junto a algo mucho
más grande, tanto que era incapaz de concebirlo por mí mismo.
Cuando pensaba en ello, recordaba los sueños que me habían llevado a
alistarme al ejército, el motivo por el cual quería ser soldado. Grandeza. Y
ahora mis sueños eran de rebeldía... ¿Grandeza o rebeldía? Una elección
bastante complicada, una pesada carga para alguien tan joven, quien pensaba que
la rebeldía supondría la traición. Pero, ¿a quién traicionaba? ¿Al imperio que
me usó como una marioneta? ¿Al imperio que me engañó para que hiciera el
trabajo sucio? ¿Quién era el auténtico traidor en aquella historia? Me
preguntaba... ¿Lealtad o rebeldía? Me negaba a considerar traición un sueño. Mi
sueño. Sabía que tendría que elegir una de esas dos opciones pronto mientras
deseaba que el tiempo fluyera con más lentitud, aunque a sabiendas de que no
dispondría de todo el tiempo del mundo. Solo deseaba que, fuera cual fuese mi
elección, no la tomase demasiado tarde.
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