Mi contacto con
Trent cesó temporalmente después de aquella conversación en la que me demostró
que, aunque no compartía mi idea de traicionar al imperio, me apoyaría con
cualquiera que fuese mi decisión una vez tuviera mis pensamientos claros. A
pesar de que estuvimos un tiempo sin hablar, me sentía en calma y agradecido
con él por haberme escuchado sin juzgarme a la ligera, y, más importante aún,
sin delatarme ni entregarme al emperador. Ya entrada la época estival fue
cuando volví a tener noticias suyas. Hasta entonces lo único que supe era que
no estaba en la ciudad, que se había marchado de viaje en busca de, según me
dijo el anciano bibliotecario, nuevos conocimientos. Pero él tampoco sabía cuál
había sido su destino.
-Si temes que se
haya metido en problemas, eres el único que parece estar buscándole en la
ciudad-contestó con sosiego-. Puedes tener el consuelo de que no parecía huir
de nada y de que nadie haya venido buscándole.
Durante la primera
semana estuve investigando a fondo dónde podría localizar a Trent para pedirle
explicaciones acerca de su repentina ausencia sin ningún tipo de aviso. Visité
incluso los restos del poblado alquimista, pero el viaje fue en vano. En la
segunda semana, cuando ni siquiera su mentor sabía su paradero, decidí rendirme
y dejar que el tiempo pasara y me trajera algún tipo de explicación. Y, tras
unas semanas más, llegó el momento que estaba esperando. Recibí la noticia
durante mi entrenamiento matinal rutinario.
Me encontraba en
aquel momento peleando con Horval, charlando sobre cómo le iba la vida a sus
padres. Mientras me comentaba lo felices que eran en su nueva parcela en las
afueras de la ciudad, un guardia del palacio se acercó a nosotros con una carta
en sus manos. El lacrado no tenía ninguna marca distintiva, había sido sellado
con un objeto plano, por lo que no había forma de averiguar, sin abrir la
carta, quién era el remitente. Y en el sobre solo ponía mi nombre como
destinatario. Cuando le pregunté al guardia quién se lo había dado, dijo que
fue uno de los guardias de la ciudad y que no sabía la identidad de quien me
había mandado aquella carta. A pesar de ello, presentía que se trataba de Trent
quien me había escrito para decirme que había vuelto a la ciudad y que,
seguramente, tendría alguna noticia para mí. Al fin y al cabo, siendo de una
familia humilde sabía que no tenía ningún sello para certificar las cartas, y,
aunque supuse que el lacre lo habría tomado prestado de la biblioteca, sellarla
con su marca podría causarle problemas al no tratarse de ningún asunto oficial.
Segundos más tarde, al leer el contenido de la carta, tuve más claro que se
trataba de él y de por qué lo había enviado con tanto secretismo en lugar de
venir a hablar conmigo directamente.
Querido Celadias:
A estas alturas te estarás preguntando quién soy yo y
cuál es el misterio de esta carta. Siento no haber dejado ninguna marca en el
lacre ni firmar tampoco esta carta, pero necesito que comprendas la importancia
del asunto y la gravedad que podría suponer desvelar mi identidad aquí. Ahora
mismo solo puedo decirte que soy una persona en la que puedes confiar
plenamente, aunque, dadas las circunstancias, entiendo que puedas dudar de mí.
Aun con esas dudas, quiero pedirte que te reúnas conmigo esta noche, cuando
la luna alcance su punto más alto, en la planta superior de la biblioteca. Por
favor, ven solo y asegúrate de que nadie te siga.
Atentamente, un amigo.
La caligrafía de
aquella carta era excelente, parecía haber sido escrita por algún escriba de la
biblioteca, lo cual me hacía pensar aun más todavía que me la había mandado
Trent. Pero el contenido me parecía demasiado sospechoso como para encargarle
su escritura a alguien que trabajase en la biblioteca, sabiendo que podría
acabar en manos equivocadas. El misterio que envolvía aquel trozo de pergamino
dirigido hacia mi persona terminó preocupándome. Esa preocupación llegó incluso
al punto de verme obligado a pedirle perdón a Horval por abandonar el entrenamiento
y retirarme a descansar. O, al menos, eso fue lo que le dije.
En el fondo no era
descansar lo que quería, sino aclarar el asunto y saber quién y qué me esperaba
aquella noche en la biblioteca. Mi determinación me impulsó a buscar al guardia
que me trajo la carta e investigar a fondo para encontrar al remitente del
mensaje. Pero la suerte no estaba de mi parte aquel día.
Mi andanza me llevó
hasta el soldado que recibió de primera mano el sobre. Para mi desgracia, no
pudo verle el rostro. Según me explicó, un pañuelo de seda semitransparente cubría su mandíbula,
impidiéndole ver sus facciones, y la capucha le proporcionaba la sombra
suficiente para que no pudiera ver bien sus ojos.
-¿No pensaste que
podría ser peligroso entregar un mensaje de una persona a la que no puedes
identificar?-pregunté, molesto por la decisión del soldado y frustrado por
haber perdido el único rastro que me conduciría a esa persona.
-No parecía ser una
persona peligrosa-dijo en su defensa-. La voz de aquella chica era dulce e
inocente, aunque hablaba muy seria.
-¿Has dicho que era
una mujer?-pregunté extrañado.
Si aquel individuo
se trataba de una mujer, ¿por qué en la carta no se definía como una amiga? Era
al contrario, firmó en masculino. Entonces solo se me ocurría que fuese para
despistarme y no delatarse. Aunque era una tontería pararse a pensar en algo
tan baladí en ese momento. Lo realmente importante era que ya no quedaba ningún
motivo para sospechar que se trataba de Trent y ahora, en su lugar, el misterio
envolvía a una figura femenina sin rostro. La única pista que podía conducirme
hasta ella era que se trataba de una mujer con capucha y el rostro tapado por
un pañuelo, cuya voz, según describió el guardia, era dulce. Era imposible
seguir a alguien con una descripción tan general, y más aun reconocer a una
persona en toda la ciudad solo por la voz. Y ya me había dado por vencido en
cuanto a localizarla se trataba. Todo se había vuelto más enigmático todavía, y
me empecé a arrepentir de haber abandonado el entrenamiento. Casi hubiese
preferido quedarme con la intriga y la esperanza de encontrarme a mi amigo que
añadir nuevas incógnitas que causaran quebraderos de cabeza.
Rindiéndome por el
cansancio y el desánimo, me retiré hacia mi hogar. Sabía que ahí me estarían
esperando mi madre y mi hermano, y que seguramente me habrían intentado ayudar
a resolver lo que, para mí, se había convertido ya en un auténtico
rompecabezas. Pero sin conocer todavía la auténtica seriedad y gravedad del
asunto no quería inmiscuir a mi familia. Algo me decía que todo se volvería más
peligroso para mí después de esa noche. La única opción que me quedaba era
relajarme, descansar y esperar con calma a que anocheciera. Al fin y al cabo,
el tiempo me acabaría dando la solución que estaba buscando. Lo único que
necesitaba era paciencia.
Desde el momento en
el que oscureció y la única luz que iluminaba la ciudad era la de las antorchas
de los guardias y la luna alzándose lentamente por el firmamento, desde mi
ventana fui viendo cómo ascendía su brillo, preparándome para la escapada
nocturna. Conseguí pasar el día con calma, ayudando a mi madre a preparar la
comida al medio día y la cena al atardecer. Cada vez faltaba menos y los
nervios volvieron de nuevo, en aumento esta vez. Debido a esos nervios, y aun a
sabiendas de que llegaría demasiado temprano a la cita, decidí salir antes de
lo previsto de mi casa, aprovechando también que tanto Kestix como mi madre se
habían dormido ya. Una vez en las calles, sentí que, a pesar del calor que
hacía durante el día, aquella noche hacía un poco más de frío en comparación
con la temperatura habitual.
La ventaja de salir
más temprano de lo que planifiqué fue que podía tomármelo con calma y disfrutar
de la tranquilidad que inundaba las calles por la noche. Además, el cielo
despejado me ofrecía una visión maravillosa y, sobre todo, tranquilizadora de
las estrellas. Por un momento incluso llegué a olvidarme de todas mis
preocupaciones conforme, con lentitud pero sin pausa, me acercaba poco a poco
al objetivo. A decir verdad, el paseo consiguió aliviar mis tensiones y llegué
más relajado a la biblioteca después de dar algunos rodeos por entre los
callejones para evitar que me siguieran.
Al llegar a los
pies de la pequeña escalinata frente a la biblioteca, me detuve durante unos
instantes a contemplar la fachada de aquella construcción de tres plantas.
Aquellos segundos que estuve viendo el edificio sirvieron para armarme de
valor. Miré por última vez hacia atrás para comprobar que, efectivamente, nadie
había seguido mi rastro y que, tras de mí, no había nadie, que me encontraba
completamente solo. Tras coger aire, exhalé un profundo y largo suspiro antes
de dar el primer paso y subir el primer escalón, aventurándome a entrar en el
interior de la biblioteca.
Como era costumbre
en el interior de la biblioteca, las antorchas que colgaban de las columnas
proyectaban un tenue luz lo suficientemente fuerte como para poder leer con
comodidad. Aunque al principio siempre tardaba un poco la vista en
acostumbrarse, al ser de noche la vista ya estaba adaptada a la oscuridad.
Avancé por el pasillo de la primera sala, notando cómo el eco mis pasos
resonaba en las galerías entre las viejas estanterías de madera. El sonido de
mis pisadas cambió al empezar a subir por las escaleras de mármol, ya no se
escuchaba el crujido del suelo de madera cediendo ante mis pisadas.
Seguí subiendo hasta alcanzar la planta superior. Nunca había subido hasta el tercer piso. Aunque ya desde el exterior se veía a simple vista que la estancia se achicaba con respecto a los otros dos pisos inferiores, me daba la sensación de que aquella habitación era aun más pequeña todavía. A mi alrededor no habían más que cuatro mesas rodeadas de seis sillas y, a lo largo de las paredes, unas pocas estanterías. En las paredes colgaban algunos cuadros decorativos, y no vi ninguna puerta que condujera a otra cámara distinta. Aunque quizá fuese por la oscuridad, ya que no había ninguna antorcha que alumbrase aquella estancia. La única luz que entraba era de una enorme cúpula de cristal situada justo en el centro del techo, aunque no ocupaba su totalidad.
La luz de la luna
filtrándose por la cúpula dibujaba un perfecto círculo en el centro de la
habitación, iluminando poco más que las mesas que mencioné antes. A otras horas
supuse que la luz, al ser de día, sería más intensa y alumbraría todo el lugar.
Al menos, aquella noche dejaba ver una imagen hermosa de una luna rodeada por
millones de diminutos puntos luminosos contrastando con un cielo completamente
negro. Fue esa vista la que hizo que entrase en el círculo iluminado.
Debí quedarme
atontado viendo las estrellas, pues no noté en ningún momento ningunos pasos
subiendo por las escaleras. Y era extraño, porque el silencio podría haberme
traído el eco de las pisadas perfectamente desde la planta baja. Pero solo supe
que había llegado la persona que me había citado cuando oí su voz hablándome a
mis espaldas una vez se encontró sobre el mismo suelo que yo.
-Si te hubiese
citado un enemigo en vez de un amigo, tu despreocupación habría sido tu final.
Al escuchar aquella
afirmación me sobresalté y me giré rápidamente para mirar quién había hablado.
Aquella figura se encontraba todavía en las sombras, por lo que no pude
distinguir ningún tipo de rasgo, más que una sombra oscura en la, ya de por sí,
oscura penumbra. Aunque pude reconocer su voz, la cual, además de no ser femenina
como me esperaba por lo que dijo el guardia, me resultaba familiar.
-Artrio, ¿eres tú?
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