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jueves, 4 de febrero de 2016

Capítulo 2 - La carta

Mi contacto con Trent cesó temporalmente después de aquella conversación en la que me demostró que, aunque no compartía mi idea de traicionar al imperio, me apoyaría con cualquiera que fuese mi decisión una vez tuviera mis pensamientos claros. A pesar de que estuvimos un tiempo sin hablar, me sentía en calma y agradecido con él por haberme escuchado sin juzgarme a la ligera, y, más importante aún, sin delatarme ni entregarme al emperador. Ya entrada la época estival fue cuando volví a tener noticias suyas. Hasta entonces lo único que supe era que no estaba en la ciudad, que se había marchado de viaje en busca de, según me dijo el anciano bibliotecario, nuevos conocimientos. Pero él tampoco sabía cuál había sido su destino.

-Si temes que se haya metido en problemas, eres el único que parece estar buscándole en la ciudad-contestó con sosiego-. Puedes tener el consuelo de que no parecía huir de nada y de que nadie haya venido buscándole.

Durante la primera semana estuve investigando a fondo dónde podría localizar a Trent para pedirle explicaciones acerca de su repentina ausencia sin ningún tipo de aviso. Visité incluso los restos del poblado alquimista, pero el viaje fue en vano. En la segunda semana, cuando ni siquiera su mentor sabía su paradero, decidí rendirme y dejar que el tiempo pasara y me trajera algún tipo de explicación. Y, tras unas semanas más, llegó el momento que estaba esperando. Recibí la noticia durante mi entrenamiento matinal rutinario.

Me encontraba en aquel momento peleando con Horval, charlando sobre cómo le iba la vida a sus padres. Mientras me comentaba lo felices que eran en su nueva parcela en las afueras de la ciudad, un guardia del palacio se acercó a nosotros con una carta en sus manos. El lacrado no tenía ninguna marca distintiva, había sido sellado con un objeto plano, por lo que no había forma de averiguar, sin abrir la carta, quién era el remitente. Y en el sobre solo ponía mi nombre como destinatario. Cuando le pregunté al guardia quién se lo había dado, dijo que fue uno de los guardias de la ciudad y que no sabía la identidad de quien me había mandado aquella carta. A pesar de ello, presentía que se trataba de Trent quien me había escrito para decirme que había vuelto a la ciudad y que, seguramente, tendría alguna noticia para mí. Al fin y al cabo, siendo de una familia humilde sabía que no tenía ningún sello para certificar las cartas, y, aunque supuse que el lacre lo habría tomado prestado de la biblioteca, sellarla con su marca podría causarle problemas al no tratarse de ningún asunto oficial. Segundos más tarde, al leer el contenido de la carta, tuve más claro que se trataba de él y de por qué lo había enviado con tanto secretismo en lugar de venir a hablar conmigo directamente.

Querido Celadias:

A estas alturas te estarás preguntando quién soy yo y cuál es el misterio de esta carta. Siento no haber dejado ninguna marca en el lacre ni firmar tampoco esta carta, pero necesito que comprendas la importancia del asunto y la gravedad que podría suponer desvelar mi identidad aquí. Ahora mismo solo puedo decirte que soy una persona en la que puedes confiar plenamente, aunque, dadas las circunstancias, entiendo que puedas dudar de mí. Aun con esas dudas, quiero pedirte que te reúnas conmigo esta noche, cuando la luna alcance su punto más alto, en la planta superior de la biblioteca. Por favor, ven solo y asegúrate de que nadie te siga.

Atentamente, un amigo.

La caligrafía de aquella carta era excelente, parecía haber sido escrita por algún escriba de la biblioteca, lo cual me hacía pensar aun más todavía que me la había mandado Trent. Pero el contenido me parecía demasiado sospechoso como para encargarle su escritura a alguien que trabajase en la biblioteca, sabiendo que podría acabar en manos equivocadas. El misterio que envolvía aquel trozo de pergamino dirigido hacia mi persona terminó preocupándome. Esa preocupación llegó incluso al punto de verme obligado a pedirle perdón a Horval por abandonar el entrenamiento y retirarme a descansar. O, al menos, eso fue lo que le dije.

En el fondo no era descansar lo que quería, sino aclarar el asunto y saber quién y qué me esperaba aquella noche en la biblioteca. Mi determinación me impulsó a buscar al guardia que me trajo la carta e investigar a fondo para encontrar al remitente del mensaje. Pero la suerte no estaba de mi parte aquel día.

Mi andanza me llevó hasta el soldado que recibió de primera mano el sobre. Para mi desgracia, no pudo verle el rostro. Según me explicó, un pañuelo de seda semitransparente cubría su mandíbula, impidiéndole ver sus facciones, y la capucha le proporcionaba la sombra suficiente para que no pudiera ver bien sus ojos.

-¿No pensaste que podría ser peligroso entregar un mensaje de una persona a la que no puedes identificar?-pregunté, molesto por la decisión del soldado y frustrado por haber perdido el único rastro que me conduciría a esa persona.

-No parecía ser una persona peligrosa-dijo en su defensa-. La voz de aquella chica era dulce e inocente, aunque hablaba muy seria.

-¿Has dicho que era una mujer?-pregunté extrañado.

Si aquel individuo se trataba de una mujer, ¿por qué en la carta no se definía como una amiga? Era al contrario, firmó en masculino. Entonces solo se me ocurría que fuese para despistarme y no delatarse. Aunque era una tontería pararse a pensar en algo tan baladí en ese momento. Lo realmente importante era que ya no quedaba ningún motivo para sospechar que se trataba de Trent y ahora, en su lugar, el misterio envolvía a una figura femenina sin rostro. La única pista que podía conducirme hasta ella era que se trataba de una mujer con capucha y el rostro tapado por un pañuelo, cuya voz, según describió el guardia, era dulce. Era imposible seguir a alguien con una descripción tan general, y más aun reconocer a una persona en toda la ciudad solo por la voz. Y ya me había dado por vencido en cuanto a localizarla se trataba. Todo se había vuelto más enigmático todavía, y me empecé a arrepentir de haber abandonado el entrenamiento. Casi hubiese preferido quedarme con la intriga y la esperanza de encontrarme a mi amigo que añadir nuevas incógnitas que causaran quebraderos de cabeza.

Rindiéndome por el cansancio y el desánimo, me retiré hacia mi hogar. Sabía que ahí me estarían esperando mi madre y mi hermano, y que seguramente me habrían intentado ayudar a resolver lo que, para mí, se había convertido ya en un auténtico rompecabezas. Pero sin conocer todavía la auténtica seriedad y gravedad del asunto no quería inmiscuir a mi familia. Algo me decía que todo se volvería más peligroso para mí después de esa noche. La única opción que me quedaba era relajarme, descansar y esperar con calma a que anocheciera. Al fin y al cabo, el tiempo me acabaría dando la solución que estaba buscando. Lo único que necesitaba era paciencia.

Desde el momento en el que oscureció y la única luz que iluminaba la ciudad era la de las antorchas de los guardias y la luna alzándose lentamente por el firmamento, desde mi ventana fui viendo cómo ascendía su brillo, preparándome para la escapada nocturna. Conseguí pasar el día con calma, ayudando a mi madre a preparar la comida al medio día y la cena al atardecer. Cada vez faltaba menos y los nervios volvieron de nuevo, en aumento esta vez. Debido a esos nervios, y aun a sabiendas de que llegaría demasiado temprano a la cita, decidí salir antes de lo previsto de mi casa, aprovechando también que tanto Kestix como mi madre se habían dormido ya. Una vez en las calles, sentí que, a pesar del calor que hacía durante el día, aquella noche hacía un poco más de frío en comparación con la temperatura habitual.

La ventaja de salir más temprano de lo que planifiqué fue que podía tomármelo con calma y disfrutar de la tranquilidad que inundaba las calles por la noche. Además, el cielo despejado me ofrecía una visión maravillosa y, sobre todo, tranquilizadora de las estrellas. Por un momento incluso llegué a olvidarme de todas mis preocupaciones conforme, con lentitud pero sin pausa, me acercaba poco a poco al objetivo. A decir verdad, el paseo consiguió aliviar mis tensiones y llegué más relajado a la biblioteca después de dar algunos rodeos por entre los callejones para evitar que me siguieran.

Al llegar a los pies de la pequeña escalinata frente a la biblioteca, me detuve durante unos instantes a contemplar la fachada de aquella construcción de tres plantas. Aquellos segundos que estuve viendo el edificio sirvieron para armarme de valor. Miré por última vez hacia atrás para comprobar que, efectivamente, nadie había seguido mi rastro y que, tras de mí, no había nadie, que me encontraba completamente solo. Tras coger aire, exhalé un profundo y largo suspiro antes de dar el primer paso y subir el primer escalón, aventurándome a entrar en el interior de la biblioteca.

Como era costumbre en el interior de la biblioteca, las antorchas que colgaban de las columnas proyectaban un tenue luz lo suficientemente fuerte como para poder leer con comodidad. Aunque al principio siempre tardaba un poco la vista en acostumbrarse, al ser de noche la vista ya estaba adaptada a la oscuridad. Avancé por el pasillo de la primera sala, notando cómo el eco mis pasos resonaba en las galerías entre las viejas estanterías de madera. El sonido de mis pisadas cambió al empezar a subir por las escaleras de mármol, ya no se escuchaba el crujido del suelo de madera cediendo ante mis pisadas.

Seguí subiendo hasta alcanzar la planta superior. Nunca había subido hasta el tercer piso. Aunque ya desde el exterior se veía a simple vista que la estancia se achicaba con respecto a los otros dos pisos inferiores, me daba la sensación de que aquella habitación era aun más pequeña todavía. A mi alrededor no habían más que cuatro mesas rodeadas de seis sillas y, a lo largo de las paredes, unas pocas estanterías. En las paredes colgaban algunos cuadros decorativos, y no vi ninguna puerta que condujera a otra cámara distinta. Aunque quizá fuese por la oscuridad, ya que no había ninguna antorcha que alumbrase aquella estancia. La única luz que entraba era de una enorme cúpula de cristal situada justo en el centro del techo, aunque no ocupaba su totalidad.

La luz de la luna filtrándose por la cúpula dibujaba un perfecto círculo en el centro de la habitación, iluminando poco más que las mesas que mencioné antes. A otras horas supuse que la luz, al ser de día, sería más intensa y alumbraría todo el lugar. Al menos, aquella noche dejaba ver una imagen hermosa de una luna rodeada por millones de diminutos puntos luminosos contrastando con un cielo completamente negro. Fue esa vista la que hizo que entrase en el círculo iluminado.

Debí quedarme atontado viendo las estrellas, pues no noté en ningún momento ningunos pasos subiendo por las escaleras. Y era extraño, porque el silencio podría haberme traído el eco de las pisadas perfectamente desde la planta baja. Pero solo supe que había llegado la persona que me había citado cuando oí su voz hablándome a mis espaldas una vez se encontró sobre el mismo suelo que yo.

-Si te hubiese citado un enemigo en vez de un amigo, tu despreocupación habría sido tu final.

Al escuchar aquella afirmación me sobresalté y me giré rápidamente para mirar quién había hablado. Aquella figura se encontraba todavía en las sombras, por lo que no pude distinguir ningún tipo de rasgo, más que una sombra oscura en la, ya de por sí, oscura penumbra. Aunque pude reconocer su voz, la cual, además de no ser femenina como me esperaba por lo que dijo el guardia, me resultaba familiar.


-Artrio, ¿eres tú?

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